Durante muchas generaciones, el acceso al lojong —cuyas enseñanzas están diseñadas para fomentar una mente y un corazón compasivos—sólo estuvo al alcance de unos pocos elegidos. ¿Por qué? Para un practicante de lojong, aunque en la superficie se trata de amor y compasión, esta práctica puede resultar abrumadora, e incluso pueden surgir grandes temores y dudas cuando consideras que tienes la responsabilidad personal no sólo de ocuparte del sufrimiento de los demás, sino también de reflexionar sobre cómo ese sufrimiento procede de tus actos pasados. Más aún, la práctica te pide que empieces a reflexionar sobre todas las formas en que tú mismo te resistes o bloqueas a los demás de amor y cuidado, centrándote, incorrectamente, ante todo en ti mismo y en tus propias necesidades.

Aunque, por supuesto, debemos ocuparnos también de nuestras propias necesidades para poder servir bien a los demás, el lojong nos enseña a asumir la pérdida en cualquier situación y a dar la ventaja a los demás sin sentimientos de arrepentimiento o resentimiento. Nos enseña una perfección más profunda del compartir, encontrando formas de darlo todo con alegría y sabiduría. Dominar estas enseñanzas en última instancia nos traerá resultados más allá de todo lo imaginable.